Le mot juste

El otro día le dije a mis alumnos del taller literario que me parece fundamental leer a los clásicos, que autores como Balzac, Stendhal y Flaubert, me habían volado la cabeza. Un recuerdo: leí Madame Bovary a los 15 años. Lo elegí de una lista larga de autores que nos entregó el profesor de lenguaje. La idea era, precisamente, que escribiéramos un ensayo y expusiéramos nuestros alcances al curso. Gocé con la lectura, con el trabajo, con el análisis y la presentación final. Cada página era un mundo que se abría: tan real, tan auténtico, tan actual. ¿Cómo un hombre que había nacido el 12 de diciembre de 1821 podía acercarse tanto a nuestro tiempo? Para mí eso, a mis ojos de niña, era magia, era persistencia, era milagro escrito. Y es que con los años he podido darme cuenta de que en las palabras, de que en la ficción, hay hilos invisibles que no alcanzamos a tocar.
Por eso ahora, en el 2020, insisto en Madame Bovary. Abro una página al azar y me encuentro con pasajes que conozco más o menos de memoria: “Era un amor que crecía día con día a causa de la repulsión al marido. Cuanto más se entregaba a uno más execraba al otro; nunca le había parecido Charles tan desagradable, con unos dedos tan cuadrados, tan romo el cerebro, de unos modales tan vulgares; todo ello parecía volverse evidente después de sus encuentros con Rodolfo; cuando estaban juntos todo era distinto para ella. Entonces, a la vez que jugaba el papel de la esposa virtuosa, se inflamaba pensando en aquella cabeza, en aquel pelo negro que caía en un bucle hacia la frente morena de sol, en aquel cuerpo a la vez tan robusto y tan elegante, en aquel hombre, en fin, que poseía tanta experiencia en la razón, tanto fuego en el deseo”.
¿Qué hay aquí? Erotismo, insatisfacciones, monotonía, dobleces, psicología, tensiones políticas, tensiones sociales, tensiones burguesas. Patriarcado, censura, feminismo y libertad. Siempre detesté a Charles. Siempre quise ser un poco como Ema. Siempre quise saber un poco más sobre Delphine Delamare, una mujer que se suicidó a los 26 años y cuya historia sirvió de inspiración a su autor para encontrar “le mot juste” (la palabra exacta).